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lunes, 5 de marzo de 2012

Luciérnagas en mi jardín

  El sol calentaba mi cara, llevaba andando mucho tiempo y sin encontrar nada que me pareciera interesante, estaba a punto de sentarme para descansar, aunque mis pies no estaban cansados pero mi cabeza andaba bastante confusa, no podía ordenar mis pensamientos y eso me aturdía. Escuché un sonido que provenía de entre los arbustos, me acerqué a comprobar que era, separé las ramas una a una y seguía escuchando ese leve sonido que casi era como una voz, un susurro. El camino cada vez era más espeso y torpe de andar, por un momento pensé que me había perdido, pero que tontería si nunca supe a donde iba, ¿cómo iba a perderme? 
  El susurro había desaparecido y cuando me disponía a dar la vuelta algo me hizo caer, no sé cuantas vueltas di sobre mí misma, he intenté agarrarme a cualquier rama o saliente para dejar de caer, pero todas se partían con mi peso, hasta que al fin paré. Me levante del suelo conté mis heridas, saque los pinchos de mis manos y sacudí la tierra de mi vestido. Cuando pude prestar atención a mi alrededor me encontraba en una tierra de color rojiza, parecía fértil y olía a húmedo, no habían flores ni tampoco arbustos, pero atrajo mi atención un olivo que parecía tener muchas primaveras. Algo me decía que había encontrado mi sitio, sentí que mi búsqueda  por el momento había cesado y que debía descansar en esa tierra roja.
  Poco a poco fui curando las heridas que aquella torpe caída me había ocasionado, algunas tan profundas que aún hoy cuando llueve me duelen, aunque gracias a esa caída encontré mi tierra roja. Construí mi jardín, planté muchas flores y sembré muchas semillas. En mi jardín crecía todo incluso lo que yo no plantaba y el viento me regalaba. Me encantaba podar el viejo y majestuoso olivo que tan elegantemente me había dado la bienvenida la primera vez que pise esas tierras rojas.
  Un día como si de la nada recibí una visita inesperada, un hermoso pájaro con alas enormes, pico redondo y vestido de mil colores, algunos incluso no lo has había visto nunca hasta ese día, estaba posado sobre una de las ramas del olivo. Por sus plumas deduje que era  muy joven, aún no las había cambiado. Decidí hablar con él y presentarme, no parecía tímido pero si temeroso. En los posteriores días el hermoso pájaro fue yendo y viniendo, cada vez se quedaba más rato para hablar conmigo, parecía gustarle escucharme y sobre todo nos divertíamos juntos. Una vez de las que volvió a visitarme, ya no se marchó, decidió quedarse conmigo incluso hicimos un pacto de incondicionalidad. Todo parecía indicar que no solo tenía mi jardín sino que tenía con quien compartirlo y cuidarlo...decidí llamarlo Amor.
  Las estaciones pasaban por mi jardín, con los duros abrazos del invierno, los cálidos besos de la primavera y fogosidad del verano...
  Una mañana desperté y apenas podía abrir los ojos, note un puñal en el corazón, miré hacia el viejo olivo y me di cuenta que hacia tiempo que ya no se podaba, Amor estaba en unas de sus ramas...cambiado...en el lugar donde antes habían habido plumas de colores ahora eran grises, su pico era puntiagudo y culpable de ese puñal en mi corazón, intenté hablarle pero solo conseguí aburrirle, ya no le gustaba escucharme, es más ni si quiera me miraba, solo contemplaba su grandeza en la oscuridad de mi alma y mi tristeza. Amor cada vez venia menos a verme,  la luz de mi jardín se estaba apagando y en la oscuridad de él solo podía ver luciérnagas, que me indicaban que debía volver al camino. Aquella tierra roja se volvió negra y gris como las plumas de Amor y todo indicaba que allí ya no volverían a nacer las flores que un día planté, tenía que volver a caminar y como antes sin miedo a perderme porque de nuevo no sabía a dónde iba.

1 comentario:

  1. Nunca olvides de donde vienes es la fórmula para saber a donde vas.

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